BENEDICTO XV
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  Papa entre 1914 y 1922, promotor del Derecho canónico y de las misiones de la Iglesia. Gran luchador por la paz en el mundo, aunque sus voces no fueron escuchadas al estallar la primera Guerra mundial que destruyó Europa.


   1. Vida

   Nació en Génova el 21 de Noviembre de 1854. Pertenecía a una familia distin­guida que cuidó con esmero su educa­ción. Su nombre fue Giacomo della Chiesa. Estudió derecho en la Universidad de Génova. Allí obtuvo el título de Doctor en leyes civiles en 1875. Posteriormente siguió Teología en la Universidad Grego­riana de Roma. Se ordenó sacerdote en 1878 y pronto ingresó en la "Academia de Nobles Eclesiásticos", que era la Escuela diplomática vaticana.
   Trabajó algún tiempo en las oficinas de la Santa Sede. Y fue enviado como Nuncio a España. Su gestión fue decisiva en la mediación de la Santa Sede en la disputa entre Alemania y España por las Islas Carolinas. Al terminar esta me­dia­ción, fue llamado a Roma como asis­tente en la Secretaría del Vaticano. En 1901 asumió el cargo de Subsecre­ta­rio de Estado.
   El año 1907 Pío X lo nombró Arzobispo de Bolonia. Se entregó con celo a la pastoral de su Diócesis, distinguiéndose, entre otras cosas, por ser un ex­traordi­nario director espiritual.  En 1914 el mismo Pío X le designo Cardenal, tres meses antes de su muer­te, sin sospechar que sería su sucesor.

   2. Su pontificado

   A los meses de la muerte de Pío XI y de su elección, estalló la guerra europea y mundial. Hizo lo que pudo con las Cancillerías Europeas para restaurar la paz, sin conseguir gran cosa. Declaró la neutralidad total de la Iglesia.
   Trabajó en favor de las víctimas del gran conflicto. Envió en 1917 una carta a los dirigentes de los Estados en conflicto, proponiendo un serio plan de paz y ofreciéndose como mediador para obtener el final de la guerra.
  Alentó la constitución de un organismo para repartir alimentos y medicinas en los lugares más castigados por el con­flicto; donó dinero y organizó un servi­cio de búsqueda de desaparecidos o de prisioneros de guerra.
   Con ello hizo posible que muchos desplazados o presos pudie­ran retor­nar a sus hogares o localizar a sus seres queridos. A pesar de toda la tensión de su inquietud por seguir al día el conflicto y solicitar libertad para prisioneros o ayudas para las víctimas de los bombardeos, trabajó intensamente en el gobierno interior de las Iglesia.
   En 1917 promulgó el Código de Derecho de Canónigo, cuyos trabajos se ha­bían iniciado con Pío X. Fue el mayor acontecimiento de su gobierno. El mismo año de 1917 fundó la Congregación para las Iglesias Orientales, con el fin de acelerar y encauzar las relaciones que los cristianos separados.  En 1919 publicó la Encíclica "Maximum illud", sobre la tarea misionera de la Iglesia. Sus consignas constituyeron un hito fundamental para la acción evan­gelizadora de la Iglesia.
   Terminada la guerra el año 1919, intercedió en favor de los alemanes, para que se abreviara el bloqueo que habían impuesto los vencedores a la nación venci­da. Alentó una colecta en los tem­plos católicos de todo el mundo para ayudar a niños hambrientos de Centroeuropa. También envió las ayudas posibles a la misma Unión Soviética, ante la hambru­na atroz que se desató al termi­nar la con­tienda.
   Su labor fue públicamente reconocida por algunos Estados, como Inglaterra (1914) y Francia (1921). Inició las negociaciones con Italia, al declarar que la Iglesia ya no pretendía recuperar los Estados Pontificios, sino obtener la garantía de la total libertad en el desempeño de su misión religiosa. Sentó así las bases de un acuerdo, que ya no tuvo la dicha de ver en su vida.

   3. Documentos y catequesis

   Orientó la tarea misionera de la Iglesia en su Encíclica "Maximum illud" de 1919. Dio sabias orientaciones en sus docu­mentos sobre la Sagrada Escritura en la Encíclica "Spiritus Paraclitus", de 1920.  Promovió la convivencia social en la "Pacem dei munus", de 1920.
   Su sensibilidad pastoral, a pesar de que su pontificado estuvo muy mediati­zado por el conflicto bélico, fue grande e inspiró muchas de las medidas consig­nadas en el Código de Derecho Canó­nico sobre la importancia de la educa­ción cristiana.
    En sus orientaciones misionales dio gran importancia a las tareas de las catequesis y de los catequistas nativos, así como las tareas educadoras que habrían de preparar el futuro, incluso social, de las nuevas sociedades.
    Se dio cuenta de que no eran los mi­sioneros extranjeros los que iban a man­tener muchas cristiandades surgidas de la acción misionera, pero carentes de sacerdotes estables. Por eso multiplicó sus sabias consignas sobre esa labor de las misiones, insistiendo en el fomento de actitudes firmes de caridad, esperanza y servicio social.
   Su pontificado fue breve, perturbado por la contienda mundial, pero luminoso en criterios, clarividente en normas sociales y leyes eclesiales y firme en la confianza en la acción de Dios, a pesar de la obstinación humana en la guerra y en el mal. Su pensamiento fue claro y eminentemente pastoral:  "El que se dedica al estudio de la Sa­grada Escritura debe buscar el primer lugar el alimento del Espíritu hasta la perfección. ¿Cómo puede vivir nuestra alma sin este manjar?
 ¿Cómo puede uno enseñar a los de­más si abandona la meditación de la Sda. Escritura y se enseña a sí mismo? ¡Cuántos Ministros, por ababadonar el alimento de la Escritura, se mueren ellos mismos y dejan a otros morir de hambre!"  (Espíritus Paraclitus 50)